lunes, 23 de marzo de 2009
viernes, 20 de febrero de 2009

VII DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)
La liturgia de este domingo nos invita a que nos dejemos perdonar por Dios y que tomemos conciencia de que Dios tiene un proyecto de salvación para todos los hombres de este mundo.
La 1ª lectura, del profeta Isaías, nos muestra la actitud de Dios en relación con los hombres. Dios es un Dios atento, amable con todos nosotros. Dios nos quiere llevar y conducir a la vida verdadera y definitiva. Por ello hemos de aprender a descubrir el amor y la ternura que Dios tiene por nosotros, sobre todo en los momentos en que nos encontramos desanimados, por eso si nosotros hacemos un opción verdadera por Dios en nuestra vida, hemos de “no recordar lo pasado ni pensar en lo antiguo: ya que Dios quiere realizar algo nuevo en nosotros”
Así es Dios con nosotros, olvida nuestros pecados y realiza un ser nuevo del hombre que se arrepiente de sus pecados.
Nuestra vida cristiana es un caminar hacia Dios, debemos dejar nuestro pequeño mundo de instalaciones y de comodidades, para aceptar el desafío de Dios a esa vida nueva a la que nos invita. Dios nos va dando diariamente indicaciones por donde caminar hacia esa vida nueva, pero nosotros hemos de ver qué necesitamos transformar en nuestra vida para aceptar plenamente a Dios. Hemos de desechar todo lo que nos tiene esclavos y prisioneros y que no nos permite dejar atrás el pasado y empezar algo nuevo con Dios.
La 2ª lectura, de San Pablo a los Corintios, nos dice que nuestra fe no puede ser “primero si y luego no”. No podemos tener una fe llenos de dudas, sino que cuando le demos un sí a Dios, estemos convencidos, firmes en nuestro sí y que seamos muy conscientes a lo que nos comprometemos al decirle sí a Dios. Y ese sí se tiene que notar en nuestra vida diaria, en nuestro comportamiento en el mundo.
Jesús siempre fue sincero, verdadero; fue coherente hasta el final. Sin embargo, parece que este valor de la sinceridad y de la verdad no es hoy muy apreciado. Para algunas personas lo que hoy es verdad, mañana es mentira; y vamos creando la cultura del oportunismo y de la mentira.
Para el cristiano la sinceridad y la verdad tienen que ser valores imprescindibles en nuestra vida. Si decimos sí, que sea sí, si decimos no, que sea no.
El evangelio de San Marcos, nos presenta la curación espiritual y física de un paralítico.
Jesús no es indiferente al sufrimiento. Se acerca a enfermos, comprende su dolor y hace lo posible por devolverles la salud y la alegría. Jesús sabe que hay un dolor, un sufrimiento, una enfermedad que es más grande que la enfermedad física. Es lo que llamamos dolor del alma. Este dolor se nos presenta cuando nos damos cuenta de que somos capaces de hacer el mal a los demás, de hacernos mal a nosotros mismos, cuando somos capaces de odiar, despreciar, capaces de guardar rencor en nuestro corazón.
Jesús perdona. El sabe que perdonar, que el saberse perdonado es una de las curaciones más maravillosas. ¿Nosotros sabemos lo que es perdonar?
Nosotros sabemos amar a quien nos ama y por eso a veces nos creemos buenos. Una de las cosas que más nos cuesta hacer, es abandonar el rencor hacia quien nos ha hecho daño, pensamos que es nuestro derecho.
La actitud más normal ante quien nos ha hecho daño es el conservar el odio en nuestro corazón. Tenemos que aprender a perdonar de verdad, porque sólo perdonando es como podemos purificarnos, liberarnos de ese dolor del alma.
Hay algo importante también en el evangelio de hoy. Son esos cuatro amigos que van cargando al paralítico. La amistad es posiblemente una de las relaciones más ricas que podamos tener los humanos entre nosotros. La amistad es el concepto que mejor puede definir la relación que ha de existir entre nosotros y Jesús. Jesús tuvo amigos, conoció la amistad, a quienes más quiso los llamó amigos y vivió con ellos una verdadera relación de amistad.
Todos tenemos en nuestra vida amigos. Es muy posible que en nuestro acercamiento a Jesús nos haya ayudado algún amigo, es muy posible también que con nuestra amistad podamos ayudar a alguien a que conozca mejor quién es Jesús y se acerque a Él.
Pero hay que ser auténticamente amigos, como éstos, dispuestos a todo, dándolo todo y arriesgando cuanto sea necesario. Donde hay amistad verdadera, puede haber seguimiento auténtico a Jesús, si falta esta amistad, podemos dudarlo.
Pidámosle a Jesús que nos cure de nuestras parálisis, es decir de todo aquellos que nos aleja de Dios y que no nos deja avanzar por el camino del Reino de Dios. Dejémonos levantar por nuestro hermano, nuestro gran amigo que es Jesús.
La 1ª lectura, del profeta Isaías, nos muestra la actitud de Dios en relación con los hombres. Dios es un Dios atento, amable con todos nosotros. Dios nos quiere llevar y conducir a la vida verdadera y definitiva. Por ello hemos de aprender a descubrir el amor y la ternura que Dios tiene por nosotros, sobre todo en los momentos en que nos encontramos desanimados, por eso si nosotros hacemos un opción verdadera por Dios en nuestra vida, hemos de “no recordar lo pasado ni pensar en lo antiguo: ya que Dios quiere realizar algo nuevo en nosotros”
Así es Dios con nosotros, olvida nuestros pecados y realiza un ser nuevo del hombre que se arrepiente de sus pecados.
Nuestra vida cristiana es un caminar hacia Dios, debemos dejar nuestro pequeño mundo de instalaciones y de comodidades, para aceptar el desafío de Dios a esa vida nueva a la que nos invita. Dios nos va dando diariamente indicaciones por donde caminar hacia esa vida nueva, pero nosotros hemos de ver qué necesitamos transformar en nuestra vida para aceptar plenamente a Dios. Hemos de desechar todo lo que nos tiene esclavos y prisioneros y que no nos permite dejar atrás el pasado y empezar algo nuevo con Dios.
La 2ª lectura, de San Pablo a los Corintios, nos dice que nuestra fe no puede ser “primero si y luego no”. No podemos tener una fe llenos de dudas, sino que cuando le demos un sí a Dios, estemos convencidos, firmes en nuestro sí y que seamos muy conscientes a lo que nos comprometemos al decirle sí a Dios. Y ese sí se tiene que notar en nuestra vida diaria, en nuestro comportamiento en el mundo.
Jesús siempre fue sincero, verdadero; fue coherente hasta el final. Sin embargo, parece que este valor de la sinceridad y de la verdad no es hoy muy apreciado. Para algunas personas lo que hoy es verdad, mañana es mentira; y vamos creando la cultura del oportunismo y de la mentira.
Para el cristiano la sinceridad y la verdad tienen que ser valores imprescindibles en nuestra vida. Si decimos sí, que sea sí, si decimos no, que sea no.
El evangelio de San Marcos, nos presenta la curación espiritual y física de un paralítico.
Jesús no es indiferente al sufrimiento. Se acerca a enfermos, comprende su dolor y hace lo posible por devolverles la salud y la alegría. Jesús sabe que hay un dolor, un sufrimiento, una enfermedad que es más grande que la enfermedad física. Es lo que llamamos dolor del alma. Este dolor se nos presenta cuando nos damos cuenta de que somos capaces de hacer el mal a los demás, de hacernos mal a nosotros mismos, cuando somos capaces de odiar, despreciar, capaces de guardar rencor en nuestro corazón.
Jesús perdona. El sabe que perdonar, que el saberse perdonado es una de las curaciones más maravillosas. ¿Nosotros sabemos lo que es perdonar?
Nosotros sabemos amar a quien nos ama y por eso a veces nos creemos buenos. Una de las cosas que más nos cuesta hacer, es abandonar el rencor hacia quien nos ha hecho daño, pensamos que es nuestro derecho.
La actitud más normal ante quien nos ha hecho daño es el conservar el odio en nuestro corazón. Tenemos que aprender a perdonar de verdad, porque sólo perdonando es como podemos purificarnos, liberarnos de ese dolor del alma.
Hay algo importante también en el evangelio de hoy. Son esos cuatro amigos que van cargando al paralítico. La amistad es posiblemente una de las relaciones más ricas que podamos tener los humanos entre nosotros. La amistad es el concepto que mejor puede definir la relación que ha de existir entre nosotros y Jesús. Jesús tuvo amigos, conoció la amistad, a quienes más quiso los llamó amigos y vivió con ellos una verdadera relación de amistad.
Todos tenemos en nuestra vida amigos. Es muy posible que en nuestro acercamiento a Jesús nos haya ayudado algún amigo, es muy posible también que con nuestra amistad podamos ayudar a alguien a que conozca mejor quién es Jesús y se acerque a Él.
Pero hay que ser auténticamente amigos, como éstos, dispuestos a todo, dándolo todo y arriesgando cuanto sea necesario. Donde hay amistad verdadera, puede haber seguimiento auténtico a Jesús, si falta esta amistad, podemos dudarlo.
Pidámosle a Jesús que nos cure de nuestras parálisis, es decir de todo aquellos que nos aleja de Dios y que no nos deja avanzar por el camino del Reino de Dios. Dejémonos levantar por nuestro hermano, nuestro gran amigo que es Jesús.
martes, 10 de febrero de 2009

VI DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)
Las lecturas de este domingo son una invitación a que no marginemos a nadie por ningún motivo ya que todos somos hijos de Dios. Dios no excluye a nadie sino que nos acepta a todos y nos invita a formar parte de la comunidad cristiana.
La 1ª lectura del libro del Levítico, nos presenta, según la ley, la manera como trataban a los leprosos. A partir de una imagen desfigurada de Dios, de una imagen falsa de Dios, de una imagen de Dios hecha a nuestro antojo, los hombres somos capaces de inventar leyes que discriminen y excluyan en nombre de Dios a otros seres humanos de sus derechos más elementales.
No podemos crear un Dios a nuestra medida, un Dios que piense y actúe según nuestros criterios injustos, prepotentes que excluyen y marginan. No debemos de creer en un Dios que actúe de acuerdo a nuestros esquemas mentales y prejuicios. Tenemos que creer en un Dios que rompe todas nuestras maneras de pensar y de actuar y que a veces o quizás muchas veces no actúa según nuestra lógica ni nuestra manera de actuar.
Esta lectura de hoy nos invita a repensar nuestras actitudes y comportamientos hacia nuestros hermanos, ya que, a veces, por querer ser muy legales y muy justos estamos marginando o excluyendo a muchas personas de sus derechos. En ocasiones, incluso, en nombre de Dios estamos alejando a las personas, condenándolas, catalogándolas de pecadoras, y así les estamos impidiendo que puedan llegar a tener una experiencia cercana de Dios o que se acercan a la comunidad parroquial.
Nosotros como cristianos no podemos marginar a nadie por sus ideas, por su forma de pensar o actuar, sino que hay que acercarse a todos y tenderle la mano a todos como lo hizo Jesús con todo aquel que se encontraba en el camino de la vida. Nosotros podemos tender siempre la mano generosa al marginado, cumpliendo la Ley suprema del amor cristiano.
La 2ª lectura de San Pablo a los Corintios, nos da un principio de conducta cristiana que, si lo llevásemos a la práctica, evitaríamos muchos problemas en nuestra familia, en nuestro trabajo y en nuestra sociedad. Nos decía san Pablo: “que nadie impongan su propio interés sino que tengamos presente el interés de los demás”.
Hoy reclamamos y exigimos el derecho a nuestra libertad, pero hemos de preguntarnos: ¿la libertad es un valor absoluto? Hemos de buscar el bien común por encima del bien personal.
El hombre actual no está muy acostumbrado a sacrificar sus propios intereses por los de todos, sus propios gustos por el bien de los demás, sus propias conveniencias por las que convienen a todos. Antes bien, busca complacerse a sí mismo y a los de su grupo reducido, aun a costa del bien de todos. No es éste un planteamiento cristiano; el cristiano somete su voluntad a la voluntad de Dios, su propio bien al bien de la comunidad.
Cada cristiano debe ser capaz de prescindir de sus intereses y esquemas personales, a fin de dar prioridad a los proyectos de Dios; cada cristiano debe ser capaz de superar el egoísmo y la comodidad, a fin de hacer de su propia vida un servicio y una entrega de amor a los hermanos.
El cristiano sabe que, en ciertas circunstancias, puede ser invitado a renunciar a los propios derechos, a la propia libertad, a los propios proyectos porque la caridad o el bien de los hermanos así lo exigen. Aunque un determinado comportamiento sea legítimo, el cristiano debe evitarlo si ese comportamiento hace mal a alguien.
El Evangelio de san Marcos, nos presenta a Jesús compadeciéndose de un leproso y tendiéndole la mano y curándolo. Jesús no discrimina a nadie.
Hoy existen leyes que discriminan y marginan a muchas personas. Como cristianos no podemos estar de acuerdo con esas leyes y mucho menos pactar con ellas.
La gran marginación de nuestra sociedad actual es la pobreza de muchos miles de millones de seres humanos. Hay personas que dejan de comer para que no le suba el colesterol o porque están de dieta, mientras, hay otras muchas personas que tienen que comer la mitad de lo que comemos porque no tienen más, otros sólo comen una cuarta parte de lo que comemos y otros muchos no tienen que comer.
Esta es la realidad de nuestro mundo actual donde más de las tres cuartas partes de la población mundial pasa hambre. Toda persona tiene derecho a un nivel de vida que asegure su salud, su bienestar y el de su familia, especialmente en cuanto a alimentación, vestido, vivienda y atención médica y a los necesarios servicios sociales.
En la primera hora del la guerra del Golfo Pérsico se gastaron lo que las Naciones Unidas recogen para construir y dar vida en un año.
¡Qué caro es matar y qué barato es ayudar a vivir! No sigamos discriminando a la pobreza a una gran parte de la humanidad, acojamos a todos, no discriminemos a nadie.
La 1ª lectura del libro del Levítico, nos presenta, según la ley, la manera como trataban a los leprosos. A partir de una imagen desfigurada de Dios, de una imagen falsa de Dios, de una imagen de Dios hecha a nuestro antojo, los hombres somos capaces de inventar leyes que discriminen y excluyan en nombre de Dios a otros seres humanos de sus derechos más elementales.
No podemos crear un Dios a nuestra medida, un Dios que piense y actúe según nuestros criterios injustos, prepotentes que excluyen y marginan. No debemos de creer en un Dios que actúe de acuerdo a nuestros esquemas mentales y prejuicios. Tenemos que creer en un Dios que rompe todas nuestras maneras de pensar y de actuar y que a veces o quizás muchas veces no actúa según nuestra lógica ni nuestra manera de actuar.
Esta lectura de hoy nos invita a repensar nuestras actitudes y comportamientos hacia nuestros hermanos, ya que, a veces, por querer ser muy legales y muy justos estamos marginando o excluyendo a muchas personas de sus derechos. En ocasiones, incluso, en nombre de Dios estamos alejando a las personas, condenándolas, catalogándolas de pecadoras, y así les estamos impidiendo que puedan llegar a tener una experiencia cercana de Dios o que se acercan a la comunidad parroquial.
Nosotros como cristianos no podemos marginar a nadie por sus ideas, por su forma de pensar o actuar, sino que hay que acercarse a todos y tenderle la mano a todos como lo hizo Jesús con todo aquel que se encontraba en el camino de la vida. Nosotros podemos tender siempre la mano generosa al marginado, cumpliendo la Ley suprema del amor cristiano.
La 2ª lectura de San Pablo a los Corintios, nos da un principio de conducta cristiana que, si lo llevásemos a la práctica, evitaríamos muchos problemas en nuestra familia, en nuestro trabajo y en nuestra sociedad. Nos decía san Pablo: “que nadie impongan su propio interés sino que tengamos presente el interés de los demás”.
Hoy reclamamos y exigimos el derecho a nuestra libertad, pero hemos de preguntarnos: ¿la libertad es un valor absoluto? Hemos de buscar el bien común por encima del bien personal.
El hombre actual no está muy acostumbrado a sacrificar sus propios intereses por los de todos, sus propios gustos por el bien de los demás, sus propias conveniencias por las que convienen a todos. Antes bien, busca complacerse a sí mismo y a los de su grupo reducido, aun a costa del bien de todos. No es éste un planteamiento cristiano; el cristiano somete su voluntad a la voluntad de Dios, su propio bien al bien de la comunidad.
Cada cristiano debe ser capaz de prescindir de sus intereses y esquemas personales, a fin de dar prioridad a los proyectos de Dios; cada cristiano debe ser capaz de superar el egoísmo y la comodidad, a fin de hacer de su propia vida un servicio y una entrega de amor a los hermanos.
El cristiano sabe que, en ciertas circunstancias, puede ser invitado a renunciar a los propios derechos, a la propia libertad, a los propios proyectos porque la caridad o el bien de los hermanos así lo exigen. Aunque un determinado comportamiento sea legítimo, el cristiano debe evitarlo si ese comportamiento hace mal a alguien.
El Evangelio de san Marcos, nos presenta a Jesús compadeciéndose de un leproso y tendiéndole la mano y curándolo. Jesús no discrimina a nadie.
Hoy existen leyes que discriminan y marginan a muchas personas. Como cristianos no podemos estar de acuerdo con esas leyes y mucho menos pactar con ellas.
La gran marginación de nuestra sociedad actual es la pobreza de muchos miles de millones de seres humanos. Hay personas que dejan de comer para que no le suba el colesterol o porque están de dieta, mientras, hay otras muchas personas que tienen que comer la mitad de lo que comemos porque no tienen más, otros sólo comen una cuarta parte de lo que comemos y otros muchos no tienen que comer.
Esta es la realidad de nuestro mundo actual donde más de las tres cuartas partes de la población mundial pasa hambre. Toda persona tiene derecho a un nivel de vida que asegure su salud, su bienestar y el de su familia, especialmente en cuanto a alimentación, vestido, vivienda y atención médica y a los necesarios servicios sociales.
En la primera hora del la guerra del Golfo Pérsico se gastaron lo que las Naciones Unidas recogen para construir y dar vida en un año.
¡Qué caro es matar y qué barato es ayudar a vivir! No sigamos discriminando a la pobreza a una gran parte de la humanidad, acojamos a todos, no discriminemos a nadie.
martes, 3 de febrero de 2009

V DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)
Las lecturas de este domingo nos hablan del problema del mal y el dolor.
La 1ª lectura, del libro de Job, nos presenta lo inútil que puede ser esa lucha diaria por vivir una vida vacía y llena de sufrimientos. Job representa a todas esas personas que sufren y no son felices.
Hay muchas personas que en algún momento de su vida pasan por la misma experiencia de Job. En el mundo hay muchas personas que sufren las consecuencias del hambre; otras muchas sufren las consecuencias de las guerras; otras sufren las consecuencias de las catástrofes naturales; hay muchos niños que viven en la calle en condiciones infrahumanas; no podemos desconocer que hay muchos jóvenes desorientados por no encontrar un lugar en la sociedad; muchos indígenas que viven marginados y en situaciones inhumanas; hay muchos trabajadores que son explotados en sus puestos de trabajo; hay explotación sexual; hay muchos enfermos de sida, cáncer; hay muchos sin trabajo, pobres; hay tantos ancianos abandonados y mal cuidados; hay tanta gente que ha perdido la esperanza y el rumbo de su vida y no saben para qué vivir así.
Ante tanto sufrimiento y desgracias podríamos llegar a preguntarnos: ¿Por qué Dios no hace algo para solucionar todo esto? Y Dios nos responde: “Ya he hecho algo, te he hecho a ti para solucionar y no aumentar más el sufrimiento humano”. Como cristianos no podemos ser indiferentes ante tanto sufrimiento y no hacer nada.
Sin Dios, efectivamente, no hay respuestas al dolor y al sufrimiento del hombre y la vida carece de sentido. Hemos de confiar en Dios y desde nuestra oración pedirle a Dios que no nos desampare en esos momentos de dolor o sufrimiento.
La 2ª lectura, de San Pablo a los Corintios, nos decía: “¡Ay de mi, si no anuncio el Evangelio!”.
Esta es la misión del cristiano, anunciar el Evangelio. Pero llevar el Evangelio a los demás no es sólo contarles lo que Jesús ha hecho por nosotros, sino dar pan a quien tiene hambre, enseñar a quien lo necesita, cuidar a los ancianos, visitar al que se encuentra solo. Anunciar el Evangelio es liberar del mal a quien vive esclavo del pecado.
La misión de evangelizar debemos realizarla cada día de la semana. No podemos ser evangelizadores solo un ratito a la semana. Muchos de los males que existen en nuestra sociedad, mucha de la maldad que existen en algunas personas es porque muchos cristianos, por miedo o porque se avergüenza de su fe, han dejado de dar testimonio, han dejado de evangelizar y creen que con venir a misa el domingo y portarse bien aquí en la Iglesia ya es más que suficiente.
Evangelizar puede traernos problemas, dificultades. San Pablo los tuvo, pero a pesar de los problemas, él supo seguir a Cristo y cumplir la misión que le fue encomendada. Actuemos como lo hizo san Pablo, sigamos su ejemplo. Recordemos: “¡Ay de mi, si no anuncio el Evangelio!”
El Evangelio de San Marcos, nos presenta lo que hacía el Señor en un día normal en su vida.
Jesús comienza el día haciendo oración, es el momento de poner ante Dios Padre todos los proyectos e ilusiones, es el momento de pedir la ayuda de Dios para el día que comienza. Luego, el Señor, con sus discípulos, anuncia la Buena Nueva, comienza a evangelizar. Más tarde cura a la suegra de Pedro y cuando llega la noche, Jesús busca otro rato de soledad para encontrarse con su Padre, para darle gracias por todos los acontecimientos del día, para renovar su confianza en Dios.
Pero veamos como son nuestros días, esos días que pasan entre el trabajo, el cuidado de la casa, la atención a los hijos, etc. Cada uno de nuestros días debe ser una oportunidad para realizarnos como personas, para ganarnos la eternidad. Un día que podemos, como Jesús, comenzar al levantarnos por hacer oración para que todos nuestros pensamientos y acciones del día los pongamos en la manos de Dios y para que aquello que no podamos solucionar nos dé fuerza y ayuda para encontrar una salida justa y cristiana.
Luego viene el trabajo, la casa, la escuela, los vecinos, la compra, el cuidado de los hijos, la visita a los amigos y familiares, todos estos momentos son ocasiones para que anunciemos con nuestro testimonio que creemos en Jesús, es decir son momentos para evangelizar.
Y por la noche, buscar de nuevo un rato de soledad y silencio para dar gracias a Dios por todo lo vivido en el día. Cada día, Dios nos invita a dar lo mejor de nosotros, a vivir con confianza, a que pase lo que pase, Él está con nosotros porque somos sus hijos.
Ojalá que salgamos de la misa con una ilusión renovada por vivir, por vivir cada día con toda ilusión porque estamos llevando a cabo el proyecto de Dios y estamos trabajando por nuestra salvación.
La 1ª lectura, del libro de Job, nos presenta lo inútil que puede ser esa lucha diaria por vivir una vida vacía y llena de sufrimientos. Job representa a todas esas personas que sufren y no son felices.
Hay muchas personas que en algún momento de su vida pasan por la misma experiencia de Job. En el mundo hay muchas personas que sufren las consecuencias del hambre; otras muchas sufren las consecuencias de las guerras; otras sufren las consecuencias de las catástrofes naturales; hay muchos niños que viven en la calle en condiciones infrahumanas; no podemos desconocer que hay muchos jóvenes desorientados por no encontrar un lugar en la sociedad; muchos indígenas que viven marginados y en situaciones inhumanas; hay muchos trabajadores que son explotados en sus puestos de trabajo; hay explotación sexual; hay muchos enfermos de sida, cáncer; hay muchos sin trabajo, pobres; hay tantos ancianos abandonados y mal cuidados; hay tanta gente que ha perdido la esperanza y el rumbo de su vida y no saben para qué vivir así.
Ante tanto sufrimiento y desgracias podríamos llegar a preguntarnos: ¿Por qué Dios no hace algo para solucionar todo esto? Y Dios nos responde: “Ya he hecho algo, te he hecho a ti para solucionar y no aumentar más el sufrimiento humano”. Como cristianos no podemos ser indiferentes ante tanto sufrimiento y no hacer nada.
Sin Dios, efectivamente, no hay respuestas al dolor y al sufrimiento del hombre y la vida carece de sentido. Hemos de confiar en Dios y desde nuestra oración pedirle a Dios que no nos desampare en esos momentos de dolor o sufrimiento.
La 2ª lectura, de San Pablo a los Corintios, nos decía: “¡Ay de mi, si no anuncio el Evangelio!”.
Esta es la misión del cristiano, anunciar el Evangelio. Pero llevar el Evangelio a los demás no es sólo contarles lo que Jesús ha hecho por nosotros, sino dar pan a quien tiene hambre, enseñar a quien lo necesita, cuidar a los ancianos, visitar al que se encuentra solo. Anunciar el Evangelio es liberar del mal a quien vive esclavo del pecado.
La misión de evangelizar debemos realizarla cada día de la semana. No podemos ser evangelizadores solo un ratito a la semana. Muchos de los males que existen en nuestra sociedad, mucha de la maldad que existen en algunas personas es porque muchos cristianos, por miedo o porque se avergüenza de su fe, han dejado de dar testimonio, han dejado de evangelizar y creen que con venir a misa el domingo y portarse bien aquí en la Iglesia ya es más que suficiente.
Evangelizar puede traernos problemas, dificultades. San Pablo los tuvo, pero a pesar de los problemas, él supo seguir a Cristo y cumplir la misión que le fue encomendada. Actuemos como lo hizo san Pablo, sigamos su ejemplo. Recordemos: “¡Ay de mi, si no anuncio el Evangelio!”
El Evangelio de San Marcos, nos presenta lo que hacía el Señor en un día normal en su vida.
Jesús comienza el día haciendo oración, es el momento de poner ante Dios Padre todos los proyectos e ilusiones, es el momento de pedir la ayuda de Dios para el día que comienza. Luego, el Señor, con sus discípulos, anuncia la Buena Nueva, comienza a evangelizar. Más tarde cura a la suegra de Pedro y cuando llega la noche, Jesús busca otro rato de soledad para encontrarse con su Padre, para darle gracias por todos los acontecimientos del día, para renovar su confianza en Dios.
Pero veamos como son nuestros días, esos días que pasan entre el trabajo, el cuidado de la casa, la atención a los hijos, etc. Cada uno de nuestros días debe ser una oportunidad para realizarnos como personas, para ganarnos la eternidad. Un día que podemos, como Jesús, comenzar al levantarnos por hacer oración para que todos nuestros pensamientos y acciones del día los pongamos en la manos de Dios y para que aquello que no podamos solucionar nos dé fuerza y ayuda para encontrar una salida justa y cristiana.
Luego viene el trabajo, la casa, la escuela, los vecinos, la compra, el cuidado de los hijos, la visita a los amigos y familiares, todos estos momentos son ocasiones para que anunciemos con nuestro testimonio que creemos en Jesús, es decir son momentos para evangelizar.
Y por la noche, buscar de nuevo un rato de soledad y silencio para dar gracias a Dios por todo lo vivido en el día. Cada día, Dios nos invita a dar lo mejor de nosotros, a vivir con confianza, a que pase lo que pase, Él está con nosotros porque somos sus hijos.
Ojalá que salgamos de la misa con una ilusión renovada por vivir, por vivir cada día con toda ilusión porque estamos llevando a cabo el proyecto de Dios y estamos trabajando por nuestra salvación.
lunes, 26 de enero de 2009

IV DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)
Las lecturas de este domingo nos hacen una invitación a escuchar la Palabra de Dios y a evangelizar nuestro mundo.
En la 1ª lectura, del libro del Deuteronomio, hemos escuchado la promesa de Dios de enviar profetas que hablaran en su nombre.
Antes de que surgieran los profetas las personas que querían conocer la voluntad de Dios recurrían a la hechicería, los adivinos y a la magia. Por eso Moisés prohíbe recurrir a esto tipo de cosas para conocer la voluntad de Dios y les promete de parte de Dios un profeta que hable en nombre de Dios.
La Iglesia tiene el deber de proclamar la Palabra de Dios, esta es su misión y es también la misión de cada cristiano; proclamar la Palabra de Dios no es si quiero o no, no es un capricho es un deber. Pero hemos de ser fieles a la Palabra de Dios; no podemos atribuir a Dios lo que son sólo nuestras palabras o nuestras ideologías, o nuestros gustos o nuestras opiniones.
Hoy día, vivimos inundados de palabras. Cada día nos despertamos con las palabras que oímos en la radio o en la televisión o que leemos en los periódicos. Todo el día oímos palabras y más palabras. Sufrimos una inundación verbal. Por eso la palabra ha perdido su valor, ya no se valora la palabra como antes. Antes alguien decía “te doy mi palabra” y sabíamos que podíamos confiar en esa persona. Hoy no, porque hay muchos que usan la palabra para prometer cambios sociales, prosperidad, trabajo, etc., pero no es verdad, no cumple esa palabra.
La Palabra de Dios siempre se cumple, por ello el verdadero profeta es aquel que anuncia y denuncia, desde la Palabra de Dios, las situaciones contrarias al Reino de Dios. Por ello el verdadero profeta corre el riesgo de no ser escuchado e incluso ser perseguido. El seguidor de Jesús sabe que muchas veces no será escuchado, incluso será puesto en ridículo o perseguido por ser coherente con su fe.
Hemos de preguntarnos: ¿hacemos caso a la Palabra de Dios que se nos hace presente en nuestra vida de muchas maneras? ¿Dejamos que nuestra vida se transforme y se libere por esa Palabra de Dios?
La 2ª lectura, de la primera carta de San Pablo a los Corintios, es toda una catequesis sobre los diferentes estados de vida en los que un cristiano puede vivir plenamente su fe.
Todos estamos llamados a seguir a Jesús, cada uno desde su estado de vida: casado o célibe y desde su vocación.
Los cristianos de Corinto vivían en una sociedad muy parecida a la nuestra, donde la inmoralidad sexual se consideraba como algo natural. Incluso había personas que estaban convencidas que no mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio era algo anormal. Atacaban a los que habían decidido ser fieles a sus cónyuges y también a los que habían decidido permanecer solteros. Lo que trataba San Pablo de enseñar a la comunidad de Corintio, no con su propia autoridad, sino con la autoridad del mismo Cristo, era que los hombres y las mujeres tienen pleno derecho de elegir libremente entre ambos estados de vida: matrimonio ó celibato. Ambos son, igualmente, dones de Dios.
El Evangelio de san Marcos, Jesús libera a un hombre de un espíritu inmundo.
El mal existe, el espíritu del mal sigue actuando en nuestro mundo y en nuestra persona. El demonio existe, si no ¿cómo explicar que tres cuartas partes del mundo muera de hambre?, ¿cómo explicar el aumento de fabricación de armas para que los hombres se maten unos a otros?, ¿cómo explicar que existan narcotraficantes que venden drogas y se enriquecen con la ayuda de políticos, gobernantes y policías?, ¿cómo explicar tantas infidelidades de tantos hombres y mujeres?, ¿cómo explicar que existan tantos gobernantes corrompidos?, ¿cómo explicar que los educadores en vez de enseñar a compartir enseñen a competir?
Jesús ha venido para liberarnos de los espíritus malignos que nos rodean y que están en nuestro interior, pero nosotros hemos de colaborar con Cristo en esta lucha. Una lucha que se desarrolla primero en nuestro interior cuando las fuerzas del mal nos acosan, nos envuelven, nos ciegan y hasta nos derriban. Pero no hemos de olvidarnos que Dios está a nuestro favor, luchando con nosotros. Si nosotros queremos, el mal será vencido en nuestro interior si escuchamos la voz del Señor y no endurecemos nuestro corazón.
Pero también tenemos que luchar contra las tuerzas del mal solidarizándonos con todos aquellos que se esfuerzan por crear unas condiciones de vida más justas y fraternas. No basta con hacer el bien individualmente, hay que unirse a todas aquellas iniciativas que hacen posible la construcción del reino de Dios.
En la 1ª lectura, del libro del Deuteronomio, hemos escuchado la promesa de Dios de enviar profetas que hablaran en su nombre.
Antes de que surgieran los profetas las personas que querían conocer la voluntad de Dios recurrían a la hechicería, los adivinos y a la magia. Por eso Moisés prohíbe recurrir a esto tipo de cosas para conocer la voluntad de Dios y les promete de parte de Dios un profeta que hable en nombre de Dios.
La Iglesia tiene el deber de proclamar la Palabra de Dios, esta es su misión y es también la misión de cada cristiano; proclamar la Palabra de Dios no es si quiero o no, no es un capricho es un deber. Pero hemos de ser fieles a la Palabra de Dios; no podemos atribuir a Dios lo que son sólo nuestras palabras o nuestras ideologías, o nuestros gustos o nuestras opiniones.
Hoy día, vivimos inundados de palabras. Cada día nos despertamos con las palabras que oímos en la radio o en la televisión o que leemos en los periódicos. Todo el día oímos palabras y más palabras. Sufrimos una inundación verbal. Por eso la palabra ha perdido su valor, ya no se valora la palabra como antes. Antes alguien decía “te doy mi palabra” y sabíamos que podíamos confiar en esa persona. Hoy no, porque hay muchos que usan la palabra para prometer cambios sociales, prosperidad, trabajo, etc., pero no es verdad, no cumple esa palabra.
La Palabra de Dios siempre se cumple, por ello el verdadero profeta es aquel que anuncia y denuncia, desde la Palabra de Dios, las situaciones contrarias al Reino de Dios. Por ello el verdadero profeta corre el riesgo de no ser escuchado e incluso ser perseguido. El seguidor de Jesús sabe que muchas veces no será escuchado, incluso será puesto en ridículo o perseguido por ser coherente con su fe.
Hemos de preguntarnos: ¿hacemos caso a la Palabra de Dios que se nos hace presente en nuestra vida de muchas maneras? ¿Dejamos que nuestra vida se transforme y se libere por esa Palabra de Dios?
La 2ª lectura, de la primera carta de San Pablo a los Corintios, es toda una catequesis sobre los diferentes estados de vida en los que un cristiano puede vivir plenamente su fe.
Todos estamos llamados a seguir a Jesús, cada uno desde su estado de vida: casado o célibe y desde su vocación.
Los cristianos de Corinto vivían en una sociedad muy parecida a la nuestra, donde la inmoralidad sexual se consideraba como algo natural. Incluso había personas que estaban convencidas que no mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio era algo anormal. Atacaban a los que habían decidido ser fieles a sus cónyuges y también a los que habían decidido permanecer solteros. Lo que trataba San Pablo de enseñar a la comunidad de Corintio, no con su propia autoridad, sino con la autoridad del mismo Cristo, era que los hombres y las mujeres tienen pleno derecho de elegir libremente entre ambos estados de vida: matrimonio ó celibato. Ambos son, igualmente, dones de Dios.
El Evangelio de san Marcos, Jesús libera a un hombre de un espíritu inmundo.
El mal existe, el espíritu del mal sigue actuando en nuestro mundo y en nuestra persona. El demonio existe, si no ¿cómo explicar que tres cuartas partes del mundo muera de hambre?, ¿cómo explicar el aumento de fabricación de armas para que los hombres se maten unos a otros?, ¿cómo explicar que existan narcotraficantes que venden drogas y se enriquecen con la ayuda de políticos, gobernantes y policías?, ¿cómo explicar tantas infidelidades de tantos hombres y mujeres?, ¿cómo explicar que existan tantos gobernantes corrompidos?, ¿cómo explicar que los educadores en vez de enseñar a compartir enseñen a competir?
Jesús ha venido para liberarnos de los espíritus malignos que nos rodean y que están en nuestro interior, pero nosotros hemos de colaborar con Cristo en esta lucha. Una lucha que se desarrolla primero en nuestro interior cuando las fuerzas del mal nos acosan, nos envuelven, nos ciegan y hasta nos derriban. Pero no hemos de olvidarnos que Dios está a nuestro favor, luchando con nosotros. Si nosotros queremos, el mal será vencido en nuestro interior si escuchamos la voz del Señor y no endurecemos nuestro corazón.
Pero también tenemos que luchar contra las tuerzas del mal solidarizándonos con todos aquellos que se esfuerzan por crear unas condiciones de vida más justas y fraternas. No basta con hacer el bien individualmente, hay que unirse a todas aquellas iniciativas que hacen posible la construcción del reino de Dios.
martes, 20 de enero de 2009

III DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)
Las lecturas de hoy nos recuerda, una vez más, que Dios ama a cada hombre y nos llama a vivir una vida en plenitud. Dios nos da una guía que puede servimos para ir por un camino de conversión personal para poder encontramos con el Señor.
La 1ª lectura, del profeta Jonás, nos recuerda la importancia de la conversión. Dios amenazaba con destruir la ciudad de Nínive por los pecados de sus habitantes. Pero Nínive escuchó la predicación de Jonás y sus habitantes creyeron en Dios y se convirtieron.
Si vemos nuestra sociedad, nuestro mundo actual, pareciera que no hay muchas esperanzas. Vivimos en un mundo donde cada día le damos menos importancia a los valores morales. Un mundo donde hay demasiado egoísmo, hipocresía, odio. Lo que el mundo ofrece hoy al cristiano no es agradable.
Preguntémonos adónde va nuestro mundo. No nos contentemos con escuchar las noticias: despenalización del aborto, aprobación del “matrimonio” homosexual, manipulación genética e intentos de clonación humana, eutanasia que se extiende como vergonzosa plaga por el mundo. ¿Adónde va un mundo que va aprobando cada una de estas cosas? A la destrucción. Es misión, aunque amarga, del profeta mostrar, hacer visible esa destrucción, y eso es lo que hace Jonás.
Dios no quiere la muerte de ninguno de sus hijos, Dios no quiere la destrucción de este mundo; lo que quiere es que nos convirtamos y recorramos, con Él, el camino que conduce a la vida, a la felicidad sin fin.
Necesitamos redimir, salvar a nuestro mundo aunque creamos que ésta es una misión imposible como lo creía Jonás con Nínive. Ante este mundo cruel, dormido ante los auténticos valores, desmoralizado, hemos de tener esperanza y confiar en la misericordia de Dios.
La 2ª lectura, de la primera carta de San Pablo a los Corintios, nos invitaba a no poner nuestro corazón en las cosas temporales, pasajeras, pues aunque puedan deslumbramos hemos de saber que todo eso es pasajero. Sólo Dios permanece.
Sin embargo, no por eso vamos a descuidar nuestras labores diarias. Especialmente quienes creemos en Cristo debemos esforzamos por construir un mundo más justo, más humano, más fraterno, más solidario.
Dios puso la vida en nuestras manos; y la vida no sólo merece respeto. Es necesario desarrollarla y no destruirla con actitudes contrarias a la misma como podrían ser las guerras intrafamiliares o las guerras a nivel de naciones.
No podemos quedamos en conquistas temporales; es necesario dejamos conquistar por Dios.
Somos peregrinos, caminantes, hacia el Reino de Dios. Y Dios es nuestra meta definitiva que está por encima de todo problema y preocupación. Los bienes de este mundo los debemos buscar y también disfrutar: pero, de tal manera, que no nos aparten de Dios.
El evangelio de san Marcos, nos decía: “se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio”.
Como cristianos hemos de construir un mundo mejor, esa es nuestra principal misión. Hemos de construir un mundo nuevo desde los valores del Evangelio: la justicia, la paz, la vida, el amor, la unidad, la verdad.
Para construir ese mundo mejor quizá todos cambiaríamos las cosas que consideramos que están mal; pero pocos pensaríamos que quienes tenemos que cambiar primero somos nosotros mismos. No podemos construir un mundo desde los valores de Dios si nosotros no vivimos esos valores.
Hay que convertirse, porque en el Reino de Dios no hay lugar para la ambición que genera guerras fratricidas. Hay que convertirse, porque en el Reino de Dios no hay lugar para la infidelidad conyugal, ni para los negocios sucios, ni para la intolerancia. Hay que convertirse porque en el Reino de Dios todos somos hermanos, iguales en dignidad ante Dios.
Hay que creer en la Buena Noticia, creer que existe un Padre bueno, a pesar del mal que nos acecha. Creer que es posible ser más feliz compartiendo que atesorando, creer que la fraternidad es posible si estamos dispuestos a ceder de lo nuestro en favor de los demás.
Jesús nos invita a ir con Él, a dejar nuestras preocupaciones en sus manos. Jesús nos enseña que para ser feliz lo único que hace falta es amar sin descanso y sin medida.
Las lecturas de hoy nos recuerda, una vez más, que Dios ama a cada hombre y nos llama a vivir una vida en plenitud. Dios nos da una guía que puede servimos para ir por un camino de conversión personal para poder encontramos con el Señor.
La 1ª lectura, del profeta Jonás, nos recuerda la importancia de la conversión. Dios amenazaba con destruir la ciudad de Nínive por los pecados de sus habitantes. Pero Nínive escuchó la predicación de Jonás y sus habitantes creyeron en Dios y se convirtieron.
Si vemos nuestra sociedad, nuestro mundo actual, pareciera que no hay muchas esperanzas. Vivimos en un mundo donde cada día le damos menos importancia a los valores morales. Un mundo donde hay demasiado egoísmo, hipocresía, odio. Lo que el mundo ofrece hoy al cristiano no es agradable.
Preguntémonos adónde va nuestro mundo. No nos contentemos con escuchar las noticias: despenalización del aborto, aprobación del “matrimonio” homosexual, manipulación genética e intentos de clonación humana, eutanasia que se extiende como vergonzosa plaga por el mundo. ¿Adónde va un mundo que va aprobando cada una de estas cosas? A la destrucción. Es misión, aunque amarga, del profeta mostrar, hacer visible esa destrucción, y eso es lo que hace Jonás.
Dios no quiere la muerte de ninguno de sus hijos, Dios no quiere la destrucción de este mundo; lo que quiere es que nos convirtamos y recorramos, con Él, el camino que conduce a la vida, a la felicidad sin fin.
Necesitamos redimir, salvar a nuestro mundo aunque creamos que ésta es una misión imposible como lo creía Jonás con Nínive. Ante este mundo cruel, dormido ante los auténticos valores, desmoralizado, hemos de tener esperanza y confiar en la misericordia de Dios.
La 2ª lectura, de la primera carta de San Pablo a los Corintios, nos invitaba a no poner nuestro corazón en las cosas temporales, pasajeras, pues aunque puedan deslumbramos hemos de saber que todo eso es pasajero. Sólo Dios permanece.
Sin embargo, no por eso vamos a descuidar nuestras labores diarias. Especialmente quienes creemos en Cristo debemos esforzamos por construir un mundo más justo, más humano, más fraterno, más solidario.
Dios puso la vida en nuestras manos; y la vida no sólo merece respeto. Es necesario desarrollarla y no destruirla con actitudes contrarias a la misma como podrían ser las guerras intrafamiliares o las guerras a nivel de naciones.
No podemos quedamos en conquistas temporales; es necesario dejamos conquistar por Dios.
Somos peregrinos, caminantes, hacia el Reino de Dios. Y Dios es nuestra meta definitiva que está por encima de todo problema y preocupación. Los bienes de este mundo los debemos buscar y también disfrutar: pero, de tal manera, que no nos aparten de Dios.
El evangelio de san Marcos, nos decía: “se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio”.
Como cristianos hemos de construir un mundo mejor, esa es nuestra principal misión. Hemos de construir un mundo nuevo desde los valores del Evangelio: la justicia, la paz, la vida, el amor, la unidad, la verdad.
Para construir ese mundo mejor quizá todos cambiaríamos las cosas que consideramos que están mal; pero pocos pensaríamos que quienes tenemos que cambiar primero somos nosotros mismos. No podemos construir un mundo desde los valores de Dios si nosotros no vivimos esos valores.
Hay que convertirse, porque en el Reino de Dios no hay lugar para la ambición que genera guerras fratricidas. Hay que convertirse, porque en el Reino de Dios no hay lugar para la infidelidad conyugal, ni para los negocios sucios, ni para la intolerancia. Hay que convertirse porque en el Reino de Dios todos somos hermanos, iguales en dignidad ante Dios.
Hay que creer en la Buena Noticia, creer que existe un Padre bueno, a pesar del mal que nos acecha. Creer que es posible ser más feliz compartiendo que atesorando, creer que la fraternidad es posible si estamos dispuestos a ceder de lo nuestro en favor de los demás.
Jesús nos invita a ir con Él, a dejar nuestras preocupaciones en sus manos. Jesús nos enseña que para ser feliz lo único que hace falta es amar sin descanso y sin medida.
miércoles, 14 de enero de 2009

II DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)
Una vez terminado el ciclo navideño, hemos comenzado el tiempo litúrgico llamado tiempo ordinario que será interrumpido por la cuaresma. Este domingo las lecturas nos invitan a seguir a Jesús, a acoger los retos de Dios, a identificarnos con Jesús para seguirlo.
La 1ª lectura, del primer libro de Samuel, nos presenta la historia de la vocación de Samuel. Samuel es un joven que siente que alguien lo llama, siente una llamada en el interior de su corazón y responde: “Aquí estoy Señor, para hacer tu voluntad”
Son tantas nuestras ocupaciones y preocupaciones que se nos hace difícil disponer de tiempo y de silencio para escuchar a Dios y para platicar con Él. Si queremos relacionarnos con Dios necesitamos escucharlo. Quizá estamos muy acostumbrados a hablarle a Dios, pero hay que acostumbrarse a escucharlo como Samuel que le dijo “habla Señor que tu siervo escucha”.
Hay que descubrir qué es lo que Dios quiere decirnos en medio de las circunstancias de nuestra vida. Para ello es necesario la oración y la lectura de la Palabra de Dios. Si queremos escuchar qué es lo que Dios quiere decirnos, lo tenemos que hacer conociendo su Palabra. Y hemos de escuchar a Dios para hacer su voluntad.
Hoy nos puede parecer difícil escuchar la voz de Dios y hacer su voluntad porque en nuestra sociedad actual hay demasiadas voces con mensajes publicitarios, políticos, sociales que no tenemos tiempo para hacer silencio y escuchar la voz de Dios. Son muchas las voces que oímos todos los días, vendiendo propuestas de vida y de felicidad. Muchas veces esas voces nos confunde, nos engañan y nos conducen por caminos donde la felicidad no está, no se encuentra.
Hay que mostrar ante Dios una total disponibilidad, apertura y entrega, a través de la oración y de su Palabra para escuchar su voz y responder a las llamadas que Dios nos está haciendo.
La 2ª lectura, de la 1ª carta de San Pablo a los Corintios, nos enseña que seguir a Cristo puede traernos conflictos. Nos decía San Pablo: “glorifiquen a Dios con el cuerpo”.
Esta lectura nos ilumina sobre una correcta valoración de la sexualidad. La sexualidad es una importante y positiva dimensión de ese cuerpo que es para el Señor y en el que también se realiza el hombre como persona. La sexualidad tiene que ser un encuentro, relación, intercambio, entrega personal y no una simple acción egoísta de la persona.
La sexualidad forma parte de nuestro ser; si la entregamos al comercio y al egoísmo, pierde todo el valor positivo que Dios ha puesto en ella y la reducimos a la animalidad.
Nuestro cuerpo no es para la inmoralidad. Sin embargo, hoy, hablar de la inmoralidad sexual, es algo muy común en nuestra sociedad. Y muchos, incluso católicos han llegado a ver el pecado de la inmoralidad sexual como algo normal. Ya no lo consideran pecado.
Dios espera que nuestra sexualidad no sea egoísta, esclavizante sino que la vivamos en un ambiente de amor verdadero, de entrega mutua, de compromiso, de respeto por el otro y por su dignidad.
El evangelio de san Juan, nos dice qué es ser cristiano. El cristiano es aquel que acoge la llamada de Dios y busca seguir a Jesús.
Jesús le dice a los dos discípulos del Bautista: “¿qué buscan?” ¿Qué andamos nosotros buscando en nuestras luchas, esfuerzos y trabajos?
Muchas persona buscan en la vida: felicidad, paz, seguridad, amor, etc., pero nosotros como cristianos, ¿qué buscamos al creer en Jesús? Muchos buscan respuestas a su vida en todas partes menos donde deben buscarlas. Muchos hombres y mujeres viven buscando el dinero, la fama, el tener una imagen, estabilidad económica, poder; otros, por miedo no buscan y hacen lo que les dicen los demás.
Como cristianos, hemos de abrir nuestros ojos, despertar nuestros corazones y buscar a Dios y encontrarnos cara a cara con Él y dejar que la persona de Jesús, su vida, cambie nuestro corazón, que la vida de Jesús llene nuestros deseos de felicidad. Él es el Mesías, Él es el enviado de Dios. No busquemos más entre los falsos ídolos que no nos traen más que vacío interior; busquemos a Dios, sólo Él colmará nuestros deseos y anhelos.
Ser cristiano es un camino de búsqueda y seguimiento de Jesús, un camino que debemos recorrerlo cada día de nuestra vida, cada día hay que buscar y seguir a Jesús.
La 1ª lectura, del primer libro de Samuel, nos presenta la historia de la vocación de Samuel. Samuel es un joven que siente que alguien lo llama, siente una llamada en el interior de su corazón y responde: “Aquí estoy Señor, para hacer tu voluntad”
Son tantas nuestras ocupaciones y preocupaciones que se nos hace difícil disponer de tiempo y de silencio para escuchar a Dios y para platicar con Él. Si queremos relacionarnos con Dios necesitamos escucharlo. Quizá estamos muy acostumbrados a hablarle a Dios, pero hay que acostumbrarse a escucharlo como Samuel que le dijo “habla Señor que tu siervo escucha”.
Hay que descubrir qué es lo que Dios quiere decirnos en medio de las circunstancias de nuestra vida. Para ello es necesario la oración y la lectura de la Palabra de Dios. Si queremos escuchar qué es lo que Dios quiere decirnos, lo tenemos que hacer conociendo su Palabra. Y hemos de escuchar a Dios para hacer su voluntad.
Hoy nos puede parecer difícil escuchar la voz de Dios y hacer su voluntad porque en nuestra sociedad actual hay demasiadas voces con mensajes publicitarios, políticos, sociales que no tenemos tiempo para hacer silencio y escuchar la voz de Dios. Son muchas las voces que oímos todos los días, vendiendo propuestas de vida y de felicidad. Muchas veces esas voces nos confunde, nos engañan y nos conducen por caminos donde la felicidad no está, no se encuentra.
Hay que mostrar ante Dios una total disponibilidad, apertura y entrega, a través de la oración y de su Palabra para escuchar su voz y responder a las llamadas que Dios nos está haciendo.
La 2ª lectura, de la 1ª carta de San Pablo a los Corintios, nos enseña que seguir a Cristo puede traernos conflictos. Nos decía San Pablo: “glorifiquen a Dios con el cuerpo”.
Esta lectura nos ilumina sobre una correcta valoración de la sexualidad. La sexualidad es una importante y positiva dimensión de ese cuerpo que es para el Señor y en el que también se realiza el hombre como persona. La sexualidad tiene que ser un encuentro, relación, intercambio, entrega personal y no una simple acción egoísta de la persona.
La sexualidad forma parte de nuestro ser; si la entregamos al comercio y al egoísmo, pierde todo el valor positivo que Dios ha puesto en ella y la reducimos a la animalidad.
Nuestro cuerpo no es para la inmoralidad. Sin embargo, hoy, hablar de la inmoralidad sexual, es algo muy común en nuestra sociedad. Y muchos, incluso católicos han llegado a ver el pecado de la inmoralidad sexual como algo normal. Ya no lo consideran pecado.
Dios espera que nuestra sexualidad no sea egoísta, esclavizante sino que la vivamos en un ambiente de amor verdadero, de entrega mutua, de compromiso, de respeto por el otro y por su dignidad.
El evangelio de san Juan, nos dice qué es ser cristiano. El cristiano es aquel que acoge la llamada de Dios y busca seguir a Jesús.
Jesús le dice a los dos discípulos del Bautista: “¿qué buscan?” ¿Qué andamos nosotros buscando en nuestras luchas, esfuerzos y trabajos?
Muchas persona buscan en la vida: felicidad, paz, seguridad, amor, etc., pero nosotros como cristianos, ¿qué buscamos al creer en Jesús? Muchos buscan respuestas a su vida en todas partes menos donde deben buscarlas. Muchos hombres y mujeres viven buscando el dinero, la fama, el tener una imagen, estabilidad económica, poder; otros, por miedo no buscan y hacen lo que les dicen los demás.
Como cristianos, hemos de abrir nuestros ojos, despertar nuestros corazones y buscar a Dios y encontrarnos cara a cara con Él y dejar que la persona de Jesús, su vida, cambie nuestro corazón, que la vida de Jesús llene nuestros deseos de felicidad. Él es el Mesías, Él es el enviado de Dios. No busquemos más entre los falsos ídolos que no nos traen más que vacío interior; busquemos a Dios, sólo Él colmará nuestros deseos y anhelos.
Ser cristiano es un camino de búsqueda y seguimiento de Jesús, un camino que debemos recorrerlo cada día de nuestra vida, cada día hay que buscar y seguir a Jesús.
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