viernes, 20 de febrero de 2009


VII DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)

La liturgia de este domingo nos invita a que nos dejemos perdonar por Dios y que tomemos conciencia de que Dios tiene un proyecto de salvación para todos los hombres de este mundo.
La 1ª lectura, del profeta Isaías, nos muestra la actitud de Dios en relación con los hombres. Dios es un Dios atento, amable con todos nosotros. Dios nos quiere llevar y conducir a la vida verdadera y definitiva. Por ello hemos de aprender a descubrir el amor y la ternura que Dios tiene por nosotros, sobre todo en los momentos en que nos encontramos desanimados, por eso si nosotros hacemos un opción verdadera por Dios en nuestra vida, hemos de “no recordar lo pasado ni pensar en lo antiguo: ya que Dios quiere realizar algo nuevo en nosotros”
Así es Dios con nosotros, olvida nuestros pecados y realiza un ser nuevo del hombre que se arrepiente de sus pecados.
Nuestra vida cristiana es un caminar hacia Dios, debemos dejar nuestro pequeño mundo de instalaciones y de comodidades, para aceptar el desafío de Dios a esa vida nueva a la que nos invita. Dios nos va dando diariamente indicaciones por donde caminar hacia esa vida nueva, pero nosotros hemos de ver qué necesitamos transformar en nuestra vida para aceptar plenamente a Dios. Hemos de desechar todo lo que nos tiene esclavos y prisioneros y que no nos permite dejar atrás el pasado y empezar algo nuevo con Dios.
La 2ª lectura, de San Pablo a los Corintios, nos dice que nuestra fe no puede ser “primero si y luego no”. No podemos tener una fe llenos de dudas, sino que cuando le demos un sí a Dios, estemos convencidos, firmes en nuestro sí y que seamos muy conscientes a lo que nos comprometemos al decirle sí a Dios. Y ese sí se tiene que notar en nuestra vida diaria, en nuestro comportamiento en el mundo.
Jesús siempre fue sincero, verdadero; fue coherente hasta el final. Sin embargo, parece que este valor de la sinceridad y de la verdad no es hoy muy apreciado. Para algunas personas lo que hoy es verdad, mañana es mentira; y vamos creando la cultura del oportunismo y de la mentira.
Para el cristiano la sinceridad y la verdad tienen que ser valores imprescindibles en nuestra vida. Si decimos sí, que sea sí, si decimos no, que sea no.
El evangelio de San Marcos, nos presenta la curación espiritual y física de un paralítico.
Jesús no es indiferente al sufrimiento. Se acerca a enfermos, comprende su dolor y hace lo posible por devolverles la salud y la alegría. Jesús sabe que hay un dolor, un sufrimiento, una enfermedad que es más grande que la enfermedad física. Es lo que llamamos dolor del alma. Este dolor se nos presenta cuando nos damos cuenta de que somos capaces de hacer el mal a los demás, de hacernos mal a nosotros mismos, cuando somos capaces de odiar, despreciar, capaces de guardar rencor en nuestro corazón.
Jesús perdona. El sabe que perdonar, que el saberse perdonado es una de las curaciones más maravillosas. ¿Nosotros sabemos lo que es perdonar?
Nosotros sabemos amar a quien nos ama y por eso a veces nos creemos buenos. Una de las cosas que más nos cuesta hacer, es abandonar el rencor hacia quien nos ha hecho daño, pensamos que es nuestro derecho.
La actitud más normal ante quien nos ha hecho daño es el conservar el odio en nuestro corazón. Tenemos que aprender a perdonar de verdad, porque sólo perdonando es como podemos purificarnos, liberarnos de ese dolor del alma.
Hay algo importante también en el evangelio de hoy. Son esos cuatro amigos que van cargando al paralítico. La amistad es posiblemente una de las relaciones más ricas que podamos tener los humanos entre nosotros. La amistad es el concepto que mejor puede definir la relación que ha de existir entre nosotros y Jesús. Jesús tuvo amigos, conoció la amistad, a quienes más quiso los llamó amigos y vivió con ellos una verdadera relación de amistad.
Todos tenemos en nuestra vida amigos. Es muy posible que en nuestro acercamiento a Jesús nos haya ayudado algún amigo, es muy posible también que con nuestra amistad podamos ayudar a alguien a que conozca mejor quién es Jesús y se acerque a Él.
Pero hay que ser auténticamente amigos, como éstos, dispuestos a todo, dándolo todo y arriesgando cuanto sea necesario. Donde hay amistad verdadera, puede haber seguimiento auténtico a Jesús, si falta esta amistad, podemos dudarlo.
Pidámosle a Jesús que nos cure de nuestras parálisis, es decir de todo aquellos que nos aleja de Dios y que no nos deja avanzar por el camino del Reino de Dios. Dejémonos levantar por nuestro hermano, nuestro gran amigo que es Jesús.

martes, 10 de febrero de 2009


VI DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)

Las lecturas de este domingo son una invitación a que no marginemos a nadie por ningún motivo ya que todos somos hijos de Dios. Dios no excluye a nadie sino que nos acepta a todos y nos invita a formar parte de la comunidad cristiana.
La 1ª lectura del libro del Levítico, nos presenta, según la ley, la manera como trataban a los leprosos. A partir de una imagen desfigurada de Dios, de una imagen falsa de Dios, de una imagen de Dios hecha a nuestro antojo, los hombres somos capaces de inventar leyes que discriminen y excluyan en nombre de Dios a otros seres humanos de sus derechos más elementales.
No podemos crear un Dios a nuestra medida, un Dios que piense y actúe según nuestros criterios injustos, prepotentes que excluyen y marginan. No debemos de creer en un Dios que actúe de acuerdo a nuestros esquemas mentales y prejuicios. Tenemos que creer en un Dios que rompe todas nuestras maneras de pensar y de actuar y que a veces o quizás muchas veces no actúa según nuestra lógica ni nuestra manera de actuar.
Esta lectura de hoy nos invita a repensar nuestras actitudes y comportamientos hacia nuestros hermanos, ya que, a veces, por querer ser muy legales y muy justos estamos marginando o excluyendo a muchas personas de sus derechos. En ocasiones, incluso, en nombre de Dios estamos alejando a las personas, condenándolas, catalogándolas de pecadoras, y así les estamos impidiendo que puedan llegar a tener una experiencia cercana de Dios o que se acercan a la comunidad parroquial.
Nosotros como cristianos no podemos marginar a nadie por sus ideas, por su forma de pensar o actuar, sino que hay que acercarse a todos y tenderle la mano a todos como lo hizo Jesús con todo aquel que se encontraba en el camino de la vida. Nosotros podemos tender siempre la mano generosa al marginado, cumpliendo la Ley suprema del amor cristiano.
La 2ª lectura de San Pablo a los Corintios, nos da un principio de conducta cristiana que, si lo llevásemos a la práctica, evitaríamos muchos problemas en nuestra familia, en nuestro trabajo y en nuestra sociedad. Nos decía san Pablo: “que nadie impongan su propio interés sino que tengamos presente el interés de los demás”.
Hoy reclamamos y exigimos el derecho a nuestra libertad, pero hemos de preguntarnos: ¿la libertad es un valor absoluto? Hemos de buscar el bien común por encima del bien personal.
El hombre actual no está muy acostumbrado a sacrificar sus propios intereses por los de todos, sus propios gustos por el bien de los demás, sus propias conveniencias por las que convienen a todos. Antes bien, busca complacerse a sí mismo y a los de su grupo reducido, aun a costa del bien de todos. No es éste un planteamiento cristiano; el cristiano somete su voluntad a la voluntad de Dios, su propio bien al bien de la comunidad.
Cada cristiano debe ser capaz de prescindir de sus intereses y esquemas personales, a fin de dar prioridad a los proyectos de Dios; cada cristiano debe ser capaz de superar el egoísmo y la comodidad, a fin de hacer de su propia vida un servicio y una entrega de amor a los hermanos.
El cristiano sabe que, en ciertas circunstancias, puede ser invitado a renunciar a los propios derechos, a la propia libertad, a los propios proyectos porque la caridad o el bien de los hermanos así lo exigen. Aunque un determinado comportamiento sea legítimo, el cristiano debe evitarlo si ese comportamiento hace mal a alguien.
El Evangelio de san Marcos, nos presenta a Jesús compadeciéndose de un leproso y tendiéndole la mano y curándolo. Jesús no discrimina a nadie.
Hoy existen leyes que discriminan y marginan a muchas personas. Como cristianos no podemos estar de acuerdo con esas leyes y mucho menos pactar con ellas.
La gran marginación de nuestra sociedad actual es la pobreza de muchos miles de millones de seres humanos. Hay personas que dejan de comer para que no le suba el colesterol o porque están de dieta, mientras, hay otras muchas personas que tienen que comer la mitad de lo que comemos porque no tienen más, otros sólo comen una cuarta parte de lo que comemos y otros muchos no tienen que comer.
Esta es la realidad de nuestro mundo actual donde más de las tres cuartas partes de la población mundial pasa hambre. Toda persona tiene derecho a un nivel de vida que asegure su salud, su bienestar y el de su familia, especialmente en cuanto a alimentación, vestido, vivienda y atención médica y a los necesarios servicios sociales.
En la primera hora del la guerra del Golfo Pérsico se gastaron lo que las Naciones Unidas recogen para construir y dar vida en un año.
¡Qué caro es matar y qué barato es ayudar a vivir! No sigamos discriminando a la pobreza a una gran parte de la humanidad, acojamos a todos, no discriminemos a nadie.

martes, 3 de febrero de 2009


V DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)

Las lecturas de este domingo nos hablan del problema del mal y el dolor.
La 1ª lectura, del libro de Job, nos presenta lo inútil que puede ser esa lucha diaria por vivir una vida vacía y llena de sufrimientos. Job representa a todas esas personas que sufren y no son felices.
Hay muchas personas que en algún momento de su vida pasan por la misma experiencia de Job. En el mundo hay muchas personas que sufren las consecuencias del hambre; otras muchas sufren las consecuencias de las guerras; otras sufren las consecuencias de las catástrofes naturales; hay muchos niños que viven en la calle en condiciones infrahumanas; no podemos desconocer que hay muchos jóvenes desorientados por no encontrar un lugar en la sociedad; muchos indígenas que viven marginados y en situaciones inhumanas; hay muchos trabajadores que son explotados en sus puestos de trabajo; hay explotación sexual; hay muchos enfermos de sida, cáncer; hay muchos sin trabajo, pobres; hay tantos ancianos abandonados y mal cuidados; hay tanta gente que ha perdido la esperanza y el rumbo de su vida y no saben para qué vivir así.
Ante tanto sufrimiento y desgracias podríamos llegar a preguntarnos: ¿Por qué Dios no hace algo para solucionar todo esto? Y Dios nos responde: “Ya he hecho algo, te he hecho a ti para solucionar y no aumentar más el sufrimiento humano”. Como cristianos no podemos ser indiferentes ante tanto sufrimiento y no hacer nada.
Sin Dios, efectivamente, no hay respuestas al dolor y al sufrimiento del hombre y la vida carece de sentido. Hemos de confiar en Dios y desde nuestra oración pedirle a Dios que no nos desampare en esos momentos de dolor o sufrimiento.
La 2ª lectura, de San Pablo a los Corintios, nos decía: “¡Ay de mi, si no anuncio el Evangelio!”.
Esta es la misión del cristiano, anunciar el Evangelio. Pero llevar el Evangelio a los demás no es sólo contarles lo que Jesús ha hecho por nosotros, sino dar pan a quien tiene hambre, enseñar a quien lo necesita, cuidar a los ancianos, visitar al que se encuentra solo. Anunciar el Evangelio es liberar del mal a quien vive esclavo del pecado.
La misión de evangelizar debemos realizarla cada día de la semana. No podemos ser evangelizadores solo un ratito a la semana. Muchos de los males que existen en nuestra sociedad, mucha de la maldad que existen en algunas personas es porque muchos cristianos, por miedo o porque se avergüenza de su fe, han dejado de dar testimonio, han dejado de evangelizar y creen que con venir a misa el domingo y portarse bien aquí en la Iglesia ya es más que suficiente.
Evangelizar puede traernos problemas, dificultades. San Pablo los tuvo, pero a pesar de los problemas, él supo seguir a Cristo y cumplir la misión que le fue encomendada. Actuemos como lo hizo san Pablo, sigamos su ejemplo. Recordemos: “¡Ay de mi, si no anuncio el Evangelio!”
El Evangelio de San Marcos, nos presenta lo que hacía el Señor en un día normal en su vida.
Jesús comienza el día haciendo oración, es el momento de poner ante Dios Padre todos los proyectos e ilusiones, es el momento de pedir la ayuda de Dios para el día que comienza. Luego, el Señor, con sus discípulos, anuncia la Buena Nueva, comienza a evangelizar. Más tarde cura a la suegra de Pedro y cuando llega la noche, Jesús busca otro rato de soledad para encontrarse con su Padre, para darle gracias por todos los acontecimientos del día, para renovar su confianza en Dios.
Pero veamos como son nuestros días, esos días que pasan entre el trabajo, el cuidado de la casa, la atención a los hijos, etc. Cada uno de nuestros días debe ser una oportunidad para realizarnos como personas, para ganarnos la eternidad. Un día que podemos, como Jesús, comenzar al levantarnos por hacer oración para que todos nuestros pensamientos y acciones del día los pongamos en la manos de Dios y para que aquello que no podamos solucionar nos dé fuerza y ayuda para encontrar una salida justa y cristiana.
Luego viene el trabajo, la casa, la escuela, los vecinos, la compra, el cuidado de los hijos, la visita a los amigos y familiares, todos estos momentos son ocasiones para que anunciemos con nuestro testimonio que creemos en Jesús, es decir son momentos para evangelizar.
Y por la noche, buscar de nuevo un rato de soledad y silencio para dar gracias a Dios por todo lo vivido en el día. Cada día, Dios nos invita a dar lo mejor de nosotros, a vivir con confianza, a que pase lo que pase, Él está con nosotros porque somos sus hijos.
Ojalá que salgamos de la misa con una ilusión renovada por vivir, por vivir cada día con toda ilusión porque estamos llevando a cabo el proyecto de Dios y estamos trabajando por nuestra salvación.