lunes, 26 de enero de 2009


IV DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)

Las lecturas de este domingo nos hacen una invitación a escuchar la Palabra de Dios y a evangelizar nuestro mundo.
En la 1ª lectura, del libro del Deuteronomio, hemos escuchado la promesa de Dios de enviar profetas que hablaran en su nombre.
Antes de que surgieran los profetas las personas que querían conocer la voluntad de Dios recurrían a la hechicería, los adivinos y a la magia. Por eso Moisés prohíbe recurrir a esto tipo de cosas para conocer la voluntad de Dios y les promete de parte de Dios un profeta que hable en nombre de Dios.
La Iglesia tiene el deber de proclamar la Palabra de Dios, esta es su misión y es también la misión de cada cristiano; proclamar la Palabra de Dios no es si quiero o no, no es un capricho es un deber. Pero hemos de ser fieles a la Palabra de Dios; no podemos atribuir a Dios lo que son sólo nuestras palabras o nuestras ideologías, o nuestros gustos o nuestras opiniones.
Hoy día, vivimos inundados de palabras. Cada día nos despertamos con las palabras que oímos en la radio o en la televisión o que leemos en los periódicos. Todo el día oímos palabras y más palabras. Sufrimos una inundación verbal. Por eso la palabra ha perdido su valor, ya no se valora la palabra como antes. Antes alguien decía “te doy mi palabra” y sabíamos que podíamos confiar en esa persona. Hoy no, porque hay muchos que usan la palabra para prometer cambios sociales, prosperidad, trabajo, etc., pero no es verdad, no cumple esa palabra.
La Palabra de Dios siempre se cumple, por ello el verdadero profeta es aquel que anuncia y denuncia, desde la Palabra de Dios, las situaciones contrarias al Reino de Dios. Por ello el verdadero profeta corre el riesgo de no ser escuchado e incluso ser perseguido. El seguidor de Jesús sabe que muchas veces no será escuchado, incluso será puesto en ridículo o perseguido por ser coherente con su fe.
Hemos de preguntarnos: ¿hacemos caso a la Palabra de Dios que se nos hace presente en nuestra vida de muchas maneras? ¿Dejamos que nuestra vida se transforme y se libere por esa Palabra de Dios?
La 2ª lectura, de la primera carta de San Pablo a los Corintios, es toda una catequesis sobre los diferentes estados de vida en los que un cristiano puede vivir plenamente su fe.
Todos estamos llamados a seguir a Jesús, cada uno desde su estado de vida: casado o célibe y desde su vocación.
Los cristianos de Corinto vivían en una sociedad muy parecida a la nuestra, donde la inmoralidad sexual se consideraba como algo natural. Incluso había personas que estaban convencidas que no mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio era algo anormal. Atacaban a los que habían decidido ser fieles a sus cónyuges y también a los que habían decidido permanecer solteros. Lo que trataba San Pablo de enseñar a la comunidad de Corintio, no con su propia autoridad, sino con la autoridad del mismo Cristo, era que los hombres y las mujeres tienen pleno derecho de elegir libremente entre ambos estados de vida: matrimonio ó celibato. Ambos son, igualmente, dones de Dios.
El Evangelio de san Marcos, Jesús libera a un hombre de un espíritu inmundo.
El mal existe, el espíritu del mal sigue actuando en nuestro mundo y en nuestra persona. El demonio existe, si no ¿cómo explicar que tres cuartas partes del mundo muera de hambre?, ¿cómo explicar el aumento de fabricación de armas para que los hombres se maten unos a otros?, ¿cómo explicar que existan narcotraficantes que venden drogas y se enriquecen con la ayuda de políticos, gobernantes y policías?, ¿cómo explicar tantas infidelidades de tantos hombres y mujeres?, ¿cómo explicar que existan tantos gobernantes corrompidos?, ¿cómo explicar que los educadores en vez de enseñar a compartir enseñen a competir?
Jesús ha venido para liberarnos de los espíritus malignos que nos rodean y que están en nuestro interior, pero nosotros hemos de colaborar con Cristo en esta lucha. Una lucha que se desarrolla primero en nuestro interior cuando las fuerzas del mal nos acosan, nos envuelven, nos ciegan y hasta nos derriban. Pero no hemos de olvidarnos que Dios está a nuestro favor, luchando con nosotros. Si nosotros queremos, el mal será vencido en nuestro interior si escuchamos la voz del Señor y no endurecemos nuestro corazón.
Pero también tenemos que luchar contra las tuerzas del mal solidarizándonos con todos aquellos que se esfuerzan por crear unas condiciones de vida más justas y fraternas. No basta con hacer el bien individualmente, hay que unirse a todas aquellas iniciativas que hacen posible la construcción del reino de Dios.

martes, 20 de enero de 2009


III DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)
Las lecturas de hoy nos recuerda, una vez más, que Dios ama a cada hombre y nos llama a vivir una vida en plenitud. Dios nos da una guía que puede servimos para ir por un camino de conversión personal para poder encontramos con el Señor.
La 1ª lectura, del profeta Jonás, nos recuerda la importancia de la conversión. Dios amenazaba con destruir la ciudad de Nínive por los pecados de sus habitantes. Pero Nínive escuchó la predicación de Jonás y sus habitantes creyeron en Dios y se convirtieron.
Si vemos nuestra sociedad, nuestro mundo actual, pareciera que no hay muchas esperanzas. Vivimos en un mundo donde cada día le damos menos importancia a los valores morales. Un mundo donde hay demasiado egoísmo, hipocresía, odio. Lo que el mundo ofrece hoy al cristiano no es agradable.
Preguntémonos adónde va nuestro mundo. No nos contentemos con escuchar las noticias: despenalización del aborto, aprobación del “matrimonio” homosexual, manipulación genética e intentos de clonación humana, eutanasia que se extiende como vergonzosa plaga por el mundo. ¿Adónde va un mundo que va aprobando cada una de estas cosas? A la destrucción. Es misión, aunque amarga, del profeta mostrar, hacer visible esa destrucción, y eso es lo que hace Jonás.
Dios no quiere la muerte de ninguno de sus hijos, Dios no quiere la destrucción de este mundo; lo que quiere es que nos convirtamos y recorramos, con Él, el camino que conduce a la vida, a la felicidad sin fin.
Necesitamos redimir, salvar a nuestro mundo aunque creamos que ésta es una misión imposible como lo creía Jonás con Nínive. Ante este mundo cruel, dormido ante los auténticos valores, desmoralizado, hemos de tener esperanza y confiar en la misericordia de Dios.
La 2ª lectura, de la primera carta de San Pablo a los Corintios, nos invitaba a no poner nuestro corazón en las cosas temporales, pasajeras, pues aunque puedan deslumbramos hemos de saber que todo eso es pasajero. Sólo Dios permanece.
Sin embargo, no por eso vamos a descuidar nuestras labores diarias. Especialmente quienes creemos en Cristo debemos esforzamos por construir un mundo más justo, más humano, más fraterno, más solidario.
Dios puso la vida en nuestras manos; y la vida no sólo merece respeto. Es necesario desarrollarla y no destruirla con actitudes contrarias a la misma como podrían ser las guerras intrafamiliares o las guerras a nivel de naciones.
No podemos quedamos en conquistas temporales; es necesario dejamos conquistar por Dios.
Somos peregrinos, caminantes, hacia el Reino de Dios. Y Dios es nuestra meta definitiva que está por encima de todo problema y preocupación. Los bienes de este mundo los debemos buscar y también disfrutar: pero, de tal manera, que no nos aparten de Dios.
El evangelio de san Marcos, nos decía: “se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio”.
Como cristianos hemos de construir un mundo mejor, esa es nuestra principal misión. Hemos de construir un mundo nuevo desde los valores del Evangelio: la justicia, la paz, la vida, el amor, la unidad, la verdad.
Para construir ese mundo mejor quizá todos cambiaríamos las cosas que consideramos que están mal; pero pocos pensaríamos que quienes tenemos que cambiar primero somos nosotros mismos. No podemos construir un mundo desde los valores de Dios si nosotros no vivimos esos valores.
Hay que convertirse, porque en el Reino de Dios no hay lugar para la ambición que genera guerras fratricidas. Hay que convertirse, porque en el Reino de Dios no hay lugar para la infidelidad conyugal, ni para los negocios sucios, ni para la intolerancia. Hay que convertirse porque en el Reino de Dios todos somos hermanos, iguales en dignidad ante Dios.
Hay que creer en la Buena Noticia, creer que existe un Padre bueno, a pesar del mal que nos acecha. Creer que es posible ser más feliz compartiendo que atesorando, creer que la fraternidad es posible si estamos dispuestos a ceder de lo nuestro en favor de los demás.
Jesús nos invita a ir con Él, a dejar nuestras preocupaciones en sus manos. Jesús nos enseña que para ser feliz lo único que hace falta es amar sin descanso y sin medida.

miércoles, 14 de enero de 2009


II DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)

Una vez terminado el ciclo navideño, hemos comenzado el tiempo litúrgico llamado tiempo ordinario que será interrumpido por la cuaresma. Este domingo las lecturas nos invitan a seguir a Jesús, a acoger los retos de Dios, a identificarnos con Jesús para seguirlo.
La 1ª lectura, del primer libro de Samuel, nos presenta la historia de la vocación de Samuel. Samuel es un joven que siente que alguien lo llama, siente una llamada en el interior de su corazón y responde: “Aquí estoy Señor, para hacer tu voluntad”
Son tantas nuestras ocupaciones y preocupaciones que se nos hace difícil disponer de tiempo y de silencio para escuchar a Dios y para platicar con Él. Si queremos relacionarnos con Dios necesitamos escucharlo. Quizá estamos muy acostumbrados a hablarle a Dios, pero hay que acostumbrarse a escucharlo como Samuel que le dijo “habla Señor que tu siervo escucha”.
Hay que descubrir qué es lo que Dios quiere decirnos en medio de las circunstancias de nuestra vida. Para ello es necesario la oración y la lectura de la Palabra de Dios. Si queremos escuchar qué es lo que Dios quiere decirnos, lo tenemos que hacer conociendo su Palabra. Y hemos de escuchar a Dios para hacer su voluntad.
Hoy nos puede parecer difícil escuchar la voz de Dios y hacer su voluntad porque en nuestra sociedad actual hay demasiadas voces con mensajes publicitarios, políticos, sociales que no tenemos tiempo para hacer silencio y escuchar la voz de Dios. Son muchas las voces que oímos todos los días, vendiendo propuestas de vida y de felicidad. Muchas veces esas voces nos confunde, nos engañan y nos conducen por caminos donde la felicidad no está, no se encuentra.
Hay que mostrar ante Dios una total disponibilidad, apertura y entrega, a través de la oración y de su Palabra para escuchar su voz y responder a las llamadas que Dios nos está haciendo.
La 2ª lectura, de la 1ª carta de San Pablo a los Corintios, nos enseña que seguir a Cristo puede traernos conflictos. Nos decía San Pablo: “glorifiquen a Dios con el cuerpo”.
Esta lectura nos ilumina sobre una correcta valoración de la sexualidad. La sexualidad es una importante y positiva dimensión de ese cuerpo que es para el Señor y en el que también se realiza el hombre como persona. La sexualidad tiene que ser un encuentro, relación, intercambio, entrega personal y no una simple acción egoísta de la persona.
La sexualidad forma parte de nuestro ser; si la entregamos al comercio y al egoísmo, pierde todo el valor positivo que Dios ha puesto en ella y la reducimos a la animalidad.
Nuestro cuerpo no es para la inmoralidad. Sin embargo, hoy, hablar de la inmoralidad sexual, es algo muy común en nuestra sociedad. Y muchos, incluso católicos han llegado a ver el pecado de la inmoralidad sexual como algo normal. Ya no lo consideran pecado.
Dios espera que nuestra sexualidad no sea egoísta, esclavizante sino que la vivamos en un ambiente de amor verdadero, de entrega mutua, de compromiso, de respeto por el otro y por su dignidad.
El evangelio de san Juan, nos dice qué es ser cristiano. El cristiano es aquel que acoge la llamada de Dios y busca seguir a Jesús.
Jesús le dice a los dos discípulos del Bautista: “¿qué buscan?” ¿Qué andamos nosotros buscando en nuestras luchas, esfuerzos y trabajos?
Muchas persona buscan en la vida: felicidad, paz, seguridad, amor, etc., pero nosotros como cristianos, ¿qué buscamos al creer en Jesús? Muchos buscan respuestas a su vida en todas partes menos donde deben buscarlas. Muchos hombres y mujeres viven buscando el dinero, la fama, el tener una imagen, estabilidad económica, poder; otros, por miedo no buscan y hacen lo que les dicen los demás.
Como cristianos, hemos de abrir nuestros ojos, despertar nuestros corazones y buscar a Dios y encontrarnos cara a cara con Él y dejar que la persona de Jesús, su vida, cambie nuestro corazón, que la vida de Jesús llene nuestros deseos de felicidad. Él es el Mesías, Él es el enviado de Dios. No busquemos más entre los falsos ídolos que no nos traen más que vacío interior; busquemos a Dios, sólo Él colmará nuestros deseos y anhelos.
Ser cristiano es un camino de búsqueda y seguimiento de Jesús, un camino que debemos recorrerlo cada día de nuestra vida, cada día hay que buscar y seguir a Jesús.

martes, 6 de enero de 2009


EL BAUTISMO DEL SEÑOR (CICLO B)

Ya ha terminado Navidad y lo hacemos celebrando el Bautismo de Jesús.
Juan el Bautista representa el esfuerzo de los hombres y mujeres de todos los tiempos por purificarse, reorientar y comenzar una vida más digna. Éste es su mensaje: «Hagamos penitencia, volvamos al buen camino, pongamos orden en nuestra vida».
Esto es también lo que escuchamos más de una vez en nuestra conciencia: «Tengo que cambiar, voy a ser mejor, he de actuar de manera más digna». Este deseo de purificación y de ser mejores es noble e indispensable, pero no basta. Todos conocemos la experiencia: nos esforzamos por corregir errores, cumplimos nuestro deber con responsabilidad, hacemos mejor las cosas, pero nada realmente nuevo se despierta en nosotros, nada apasionante nos nace de dentro; pronto, el paso del tiempo nos devuelve a lo de siempre.
A pesar de nuestros errores, también para nosotros «el cielo ha quedado abierto». Las palabras que escucha Jesús las podemos escuchar también nosotros: «Tú eres para mí un hijo amado».
En adelante podemos afrontar la vida como el regalo de la «dignidad de hijos de Dios», que hemos de cuidar con gozo y agradecimiento.
Jesús tuvo una conciencia tan clara de su filiación divina, que vivió siempre como Hijo de Dios. “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre... Yo siempre hago lo que a mi Padre le agrada”. Los bautizados nunca agradeceremos lo suficiente ese regalo que recibimos el día de nuestro bautismo: ser hijos de Dios. Algunos niños presumen que son hijos de fulano de tal o de mengano... los adultos con frecuencia presumimos los títulos o los grados académicos. Lo que realmente deberíamos presumir es nuestro mayor título: hijo de Dios. Pero no sólo presumirlo, sino como Jesús, con las obras demostrarlo.
El bautismo de Jesús nos recuerda también el nuestro, pero el bautismo para nosotros es distinto al bautismo que administraba Juan el Bautista; pues ahora somos bautizados con el Espíritu Santo. Esto hace una gran diferencia, puesto que ahora el agua no es sólo un signo de nuestro deseo de conversión sino que verdadera y esencialmente, por la fuerza del Espíritu, limpia en nosotros el pecado original, disponiéndonos así a recibir la gracia en plenitud que nos convierte en verdaderos Hijos de Dios.
Por eso, el agua que en el Bautismo de Juan significaba ese deseo del hombre por convertirse, ahora significa la presencia del Espíritu que realiza plenamente ese deseo de conversión y limpia completamente el corazón del hombre, convirtiéndolo de un corazón de piedra en un corazón de carne que puede recibir el amor de Dios como Hijo.
A Jesús le quedó muy claro en su corazón quién era Él: el Hijo de Dios. Y por eso de ahí en adelante se dedicará en plenitud a realizar la misión que le había sido encomendada por su Padre. Así como Jesús recibió y realizó su misión de Hijo, nosotros también hemos de aprender que tenemos una misión que realizar: como hijos, como hermanos, como esposos, como sacerdotes, etc. Tal vez nos ha faltado darnos cuenta que tenemos esta misión y que desde nuestro bautismo la hemos recibido.
Lo que a nosotros se nos ha encomendado, a nadie más le fue encomendado. Imagínense que Jesús no hubiera aceptado su misión ¡nunca hubiéramos sido salvados! Pues lo mismo sucede con nosotros, el Reino nunca se desarrollará y nosotros nunca seremos plenamente felices mientras no nos demos cuenta de nuestra misión y nos propongamos realizarla.
¿Para qué hemos sido bautizados? Para lo mismo que Jesús: para cumplir en nuestra vida la misión de testigos de Dios en medio de la sociedad. Para luchar por la justicia, por la verdad, por los valores que Dios quiere hacer triunfar en la vida. Y también para hacerlo con el mismo estilo de Jesús, Siervo de Dios: no con la violencia, sino con la comprensión, la servicialidad, y si es necesario, con la entrega total de nosotros mismos.
Ser bautizados significa, pues, no solamente haber recibido un sacramento cuando se era niños, sino que supone el vivir como profetas, sacerdotes y reyes. Lamentablemente, por muchos esfuerzos que se haga en la catequesis prebautismal, son muchas las personas que no viven conforme a la gracia de su propio bautismo ni buscan el sacramento para sus hijos pensando en dicha gracia.
Con la solemnidad del Bautismo del Señor termina el tiempo de Navidad e iniciamos el Tiempo Ordinario. A nosotros se nos abre también un tiempo “normal”, pero también es tiempo de espera y de conversión. Esta primera parte del Tiempo Ordinario terminará el Miércoles de Ceniza y con ello se iniciará la Cuaresma. Aprovechemos este tiempo para nuestra conversión y transformación en un hombre nuevo lleno de paz y de amor.