
EL BAUTISMO DEL SEÑOR (CICLO B)
Ya ha terminado Navidad y lo hacemos celebrando el Bautismo de Jesús.
Juan el Bautista representa el esfuerzo de los hombres y mujeres de todos los tiempos por purificarse, reorientar y comenzar una vida más digna. Éste es su mensaje: «Hagamos penitencia, volvamos al buen camino, pongamos orden en nuestra vida».
Esto es también lo que escuchamos más de una vez en nuestra conciencia: «Tengo que cambiar, voy a ser mejor, he de actuar de manera más digna». Este deseo de purificación y de ser mejores es noble e indispensable, pero no basta. Todos conocemos la experiencia: nos esforzamos por corregir errores, cumplimos nuestro deber con responsabilidad, hacemos mejor las cosas, pero nada realmente nuevo se despierta en nosotros, nada apasionante nos nace de dentro; pronto, el paso del tiempo nos devuelve a lo de siempre.
A pesar de nuestros errores, también para nosotros «el cielo ha quedado abierto». Las palabras que escucha Jesús las podemos escuchar también nosotros: «Tú eres para mí un hijo amado».
En adelante podemos afrontar la vida como el regalo de la «dignidad de hijos de Dios», que hemos de cuidar con gozo y agradecimiento.
Jesús tuvo una conciencia tan clara de su filiación divina, que vivió siempre como Hijo de Dios. “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre... Yo siempre hago lo que a mi Padre le agrada”. Los bautizados nunca agradeceremos lo suficiente ese regalo que recibimos el día de nuestro bautismo: ser hijos de Dios. Algunos niños presumen que son hijos de fulano de tal o de mengano... los adultos con frecuencia presumimos los títulos o los grados académicos. Lo que realmente deberíamos presumir es nuestro mayor título: hijo de Dios. Pero no sólo presumirlo, sino como Jesús, con las obras demostrarlo.
El bautismo de Jesús nos recuerda también el nuestro, pero el bautismo para nosotros es distinto al bautismo que administraba Juan el Bautista; pues ahora somos bautizados con el Espíritu Santo. Esto hace una gran diferencia, puesto que ahora el agua no es sólo un signo de nuestro deseo de conversión sino que verdadera y esencialmente, por la fuerza del Espíritu, limpia en nosotros el pecado original, disponiéndonos así a recibir la gracia en plenitud que nos convierte en verdaderos Hijos de Dios.
Por eso, el agua que en el Bautismo de Juan significaba ese deseo del hombre por convertirse, ahora significa la presencia del Espíritu que realiza plenamente ese deseo de conversión y limpia completamente el corazón del hombre, convirtiéndolo de un corazón de piedra en un corazón de carne que puede recibir el amor de Dios como Hijo.
A Jesús le quedó muy claro en su corazón quién era Él: el Hijo de Dios. Y por eso de ahí en adelante se dedicará en plenitud a realizar la misión que le había sido encomendada por su Padre. Así como Jesús recibió y realizó su misión de Hijo, nosotros también hemos de aprender que tenemos una misión que realizar: como hijos, como hermanos, como esposos, como sacerdotes, etc. Tal vez nos ha faltado darnos cuenta que tenemos esta misión y que desde nuestro bautismo la hemos recibido.
Lo que a nosotros se nos ha encomendado, a nadie más le fue encomendado. Imagínense que Jesús no hubiera aceptado su misión ¡nunca hubiéramos sido salvados! Pues lo mismo sucede con nosotros, el Reino nunca se desarrollará y nosotros nunca seremos plenamente felices mientras no nos demos cuenta de nuestra misión y nos propongamos realizarla.
¿Para qué hemos sido bautizados? Para lo mismo que Jesús: para cumplir en nuestra vida la misión de testigos de Dios en medio de la sociedad. Para luchar por la justicia, por la verdad, por los valores que Dios quiere hacer triunfar en la vida. Y también para hacerlo con el mismo estilo de Jesús, Siervo de Dios: no con la violencia, sino con la comprensión, la servicialidad, y si es necesario, con la entrega total de nosotros mismos.
Ser bautizados significa, pues, no solamente haber recibido un sacramento cuando se era niños, sino que supone el vivir como profetas, sacerdotes y reyes. Lamentablemente, por muchos esfuerzos que se haga en la catequesis prebautismal, son muchas las personas que no viven conforme a la gracia de su propio bautismo ni buscan el sacramento para sus hijos pensando en dicha gracia.
Con la solemnidad del Bautismo del Señor termina el tiempo de Navidad e iniciamos el Tiempo Ordinario. A nosotros se nos abre también un tiempo “normal”, pero también es tiempo de espera y de conversión. Esta primera parte del Tiempo Ordinario terminará el Miércoles de Ceniza y con ello se iniciará la Cuaresma. Aprovechemos este tiempo para nuestra conversión y transformación en un hombre nuevo lleno de paz y de amor.
Juan el Bautista representa el esfuerzo de los hombres y mujeres de todos los tiempos por purificarse, reorientar y comenzar una vida más digna. Éste es su mensaje: «Hagamos penitencia, volvamos al buen camino, pongamos orden en nuestra vida».
Esto es también lo que escuchamos más de una vez en nuestra conciencia: «Tengo que cambiar, voy a ser mejor, he de actuar de manera más digna». Este deseo de purificación y de ser mejores es noble e indispensable, pero no basta. Todos conocemos la experiencia: nos esforzamos por corregir errores, cumplimos nuestro deber con responsabilidad, hacemos mejor las cosas, pero nada realmente nuevo se despierta en nosotros, nada apasionante nos nace de dentro; pronto, el paso del tiempo nos devuelve a lo de siempre.
A pesar de nuestros errores, también para nosotros «el cielo ha quedado abierto». Las palabras que escucha Jesús las podemos escuchar también nosotros: «Tú eres para mí un hijo amado».
En adelante podemos afrontar la vida como el regalo de la «dignidad de hijos de Dios», que hemos de cuidar con gozo y agradecimiento.
Jesús tuvo una conciencia tan clara de su filiación divina, que vivió siempre como Hijo de Dios. “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre... Yo siempre hago lo que a mi Padre le agrada”. Los bautizados nunca agradeceremos lo suficiente ese regalo que recibimos el día de nuestro bautismo: ser hijos de Dios. Algunos niños presumen que son hijos de fulano de tal o de mengano... los adultos con frecuencia presumimos los títulos o los grados académicos. Lo que realmente deberíamos presumir es nuestro mayor título: hijo de Dios. Pero no sólo presumirlo, sino como Jesús, con las obras demostrarlo.
El bautismo de Jesús nos recuerda también el nuestro, pero el bautismo para nosotros es distinto al bautismo que administraba Juan el Bautista; pues ahora somos bautizados con el Espíritu Santo. Esto hace una gran diferencia, puesto que ahora el agua no es sólo un signo de nuestro deseo de conversión sino que verdadera y esencialmente, por la fuerza del Espíritu, limpia en nosotros el pecado original, disponiéndonos así a recibir la gracia en plenitud que nos convierte en verdaderos Hijos de Dios.
Por eso, el agua que en el Bautismo de Juan significaba ese deseo del hombre por convertirse, ahora significa la presencia del Espíritu que realiza plenamente ese deseo de conversión y limpia completamente el corazón del hombre, convirtiéndolo de un corazón de piedra en un corazón de carne que puede recibir el amor de Dios como Hijo.
A Jesús le quedó muy claro en su corazón quién era Él: el Hijo de Dios. Y por eso de ahí en adelante se dedicará en plenitud a realizar la misión que le había sido encomendada por su Padre. Así como Jesús recibió y realizó su misión de Hijo, nosotros también hemos de aprender que tenemos una misión que realizar: como hijos, como hermanos, como esposos, como sacerdotes, etc. Tal vez nos ha faltado darnos cuenta que tenemos esta misión y que desde nuestro bautismo la hemos recibido.
Lo que a nosotros se nos ha encomendado, a nadie más le fue encomendado. Imagínense que Jesús no hubiera aceptado su misión ¡nunca hubiéramos sido salvados! Pues lo mismo sucede con nosotros, el Reino nunca se desarrollará y nosotros nunca seremos plenamente felices mientras no nos demos cuenta de nuestra misión y nos propongamos realizarla.
¿Para qué hemos sido bautizados? Para lo mismo que Jesús: para cumplir en nuestra vida la misión de testigos de Dios en medio de la sociedad. Para luchar por la justicia, por la verdad, por los valores que Dios quiere hacer triunfar en la vida. Y también para hacerlo con el mismo estilo de Jesús, Siervo de Dios: no con la violencia, sino con la comprensión, la servicialidad, y si es necesario, con la entrega total de nosotros mismos.
Ser bautizados significa, pues, no solamente haber recibido un sacramento cuando se era niños, sino que supone el vivir como profetas, sacerdotes y reyes. Lamentablemente, por muchos esfuerzos que se haga en la catequesis prebautismal, son muchas las personas que no viven conforme a la gracia de su propio bautismo ni buscan el sacramento para sus hijos pensando en dicha gracia.
Con la solemnidad del Bautismo del Señor termina el tiempo de Navidad e iniciamos el Tiempo Ordinario. A nosotros se nos abre también un tiempo “normal”, pero también es tiempo de espera y de conversión. Esta primera parte del Tiempo Ordinario terminará el Miércoles de Ceniza y con ello se iniciará la Cuaresma. Aprovechemos este tiempo para nuestra conversión y transformación en un hombre nuevo lleno de paz y de amor.
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